Se acabó la misantropía, o cómo autopublicarse sin morir en el intento.







































En el 2006, exactamente una década atrás y por estas mismas fechas, decidí publicar mi propio libro. Con 17 años de edad en realidad no esperaba nada, solo tener una prueba física de mi vida, de mis pensares por más burdos y violentos que estos fueran. Pensaba que eso era importante, que lo me estaba pasando era importante. La historia detrás del libro versa de esta manera, y tal vez también estoy aquí tratando de plasmarlo para que a lo largo de los años no continúe distorsionando lo que según yo es mi pasado. Me puedo describir a esa edad como un muchacho inconforme con todo y con todos, disfrutaba de llevarle la contraria a la vida, y en un país que tenía en ese entonces un promedio de lectura de .7 libros por año, decidí comenzar a leer. Empecé por algunas cosas muy básicas y comerciales, por ejemplo El código Da Vinci que en ese entonces era el último grito a la moda en la escena editorial. Nos lo dejó leer una maestra y recuerdo haberlo despreciado. Escribí una reseña porque era parte de las tareas que nos pidieron y no pude más que opinar con obscenidades sobre lo que me habían dado a leer. Después de eso empecé a leer un libro en casa, El Alquimista por Paulo Coehlo. Recuerdo su historia simplona y me dan ganas de regurgitar. De esa experiencia terminé tan hastiado, tan molesto por que un escritor me tratara como un estúpido que terminé quemando el libro. En el techo de mi casa, con un encendedor zippo y un pequeño bote de alcohol rocié la portada como si de mis meados se trataran, y dejé que las cenizas se llevaran esa mala lectura fuera de mi vista. Esto, para muchos, resultaría suficiente experiencia y hubieran dejado de intentar leer libros en ese momento, pero mi curiosidad al igual que las llamas se avivó. No podía creer que un arte tan antiguo y complejo como lo es las letras estuviera llevado por estos estandartes tan pobres, así que me empecé a adentrar a las librerías, comprando libros solo por su título. Muchos dicen que no se puede juzgar a un libro por su portada, y es esa misma gente la que no lee libros. La portada te dirá mucho del tema, del ambiente que el lector y editor buscan. La portada es, al igual que en una cita a ciegas, la primera impresión que vas a tener de ese libro, y por lo general su título se encuentra ahí, exclamando la historia por venir. Compré Amor en los tiempos del cólera, Marica, El amor es un perro del infierno,  y comencé a escribir.
La primer noche donde me dejé embriagar por las letras fue dentro de un antro. Un par de amigos decidieron arrastrarme con mentiras a uno de los lugares donde te dejaban entrar aunque fueras menor de edad, y sintiendo una ira que nutrió mis pensamientos le pedí una pluma al mesero y un montón de servilletas. Cuando mis amigos tomaban la pista de baile con sus novias yo me senté escribiendo letra tras letra, palabra por palabra, cómo es que todos en el antro se iban a morir. Fue tal mi catarsis que cuando me tocaron el hombro para decirme que ya nos íbamos, habían pasado cuatro horas en las que había sido hipnotizado por el acto de escribir. Tal vez fue este el momento donde la maldición cayó en mí, esa que te hace escribir con ansia, como si el mundo fuera a acabar.
Muchas veces me han preguntado cómo es que uno hace para escribir un libro, y es una pregunta que nunca he entendido del todo. Escribir no es algo que uno quiera, se vuelve una necesidad. Es algo que no puedes dejar de hacer, ni siquiera porque te lo propongas. Uno no quiere escribir más no puede controlar el impulso de sus ideas, de su mano al moverse en el teclado o en la hoja en blanco. Escribir como todo lo que puede ser sublime en esta vida es un vicio, y nada más.
Este inicio mío en las letras era evidente ante todos, y una chica empezó a notarme de manera diferente. Nos volvimos amantes, ya que tenía un novio que iba en otro salón de nuestra prepa, y aunque se veían en el recreo y se tomaban de la mano enfrente de todos al entrar al salón nuestra pasión se desencadenaba detrás de las bancas en un rincón del salón. Empezamos a estar cada vez más tiempos juntos, y le escribía poemas de amor. La única cosa que no le puedes pedir a un escritor es que no escriba sobre algo que es personal e íntimo para él, porque eso va a hacer. Y eso hice. Nuestra historia se convirtió en una ficción más de mi repertorio. Y a los pocos meses ella me dejó, para darle prioridad a su relación con su novio. Yo le prometí que nuestra historia sería inmortal, que duraría más que el tiempo que ella y yo estuvimos juntos, y decidí publicar un libro. Siendo en ese entonces un joven punketo lleno de rencor busqué nuevamente en mi librería por un título que entendiera esa vorágine sentimental y literaria que estaba sintiendo, cuando me topé con La Náusea. Este libro, en el que encontré el significado de la palabra misantropía, más un disco de The partisans titulado 17 years of hell fueron los que inspiraron el título de mi primer libro, 17 años de misantropía. 17 años sin entender a los demás, 17 años lleno de frustración, 17 años buscando una válvula de escape y finalmente, 17 años siendo mi edad en ese momento.
Mi madre trabajaba en un programa de radio en ese momento que tenía su propia revista, y le pedí que me contactara con el diseñador de la misma. Llegó a mi casa en una pequeña motocicleta un hombre llamado Pablo Peña, quien avanzando un poco en esta historia ha sido mi más fiel compañero en esta odisea de la autopublicación. En ese momento le comenté sobre mi idea de publicar tres relatos y unos cuantos poemas, para lo cual él se mostró muy emocionado. Leyó mis textos y platicamos sobre el diseño. Pensando en que menos trabajo haría que me cobrara menos, le pedí una portada sencilla, en un fondo negro, con el título escrito con una fuente parecida a las máquinas de escribir. Me presentó una persona que tenía contacto con imprentas en la ciudad de México, y al saber cuánto me iba a costar el libro decidí vender el GameCube que me había regalado mi padre. Eso junto a unos pequeños ahorros fueron suficiente para poder mandar el libro a imprenta. Pasaron unos meses y mi desesperación incrementaba, hasta que un día por la noche me marcó para que fuera a recoger los ejemplares a su casa. Me dio las cajas de libro junto con los negativos, mismos que tiré a la basura al no saber para qué servían.
A partir de este punto, la historia se torna vaga en mi cabeza. No sé cuál era el precio inicial del libro, aunque estoy seguro que eran menos de cincuenta pesos. Tampoco recuerdo cuántos regalé y cuántos vendí. Pablo Peña en ese momento me invitó a hacer una presentación del libro en un café del que era dueño su padre, siendo que nunca antes había ido antes a la presentación de un libro. Le pedí a Tania De Lourdes que escribiera unas palabras sobre mi libro y fuera conmigo a presentar el libro. Ella dice al recordar esta historia que estaba muy nerviosa, yo no recuerdo cómo me sentía, solo recuerdo que quise beber hasta el final de la noche. La primera feria en la que estuve fue dentro de mi preparatoria, y recuerdo que otros alumnos se acercaron a decirme "¿y el próximo se va a titular 18 años de misantropía?", lo cual antes de ser un insulto fue un tipo de aliento, la gente creía que iba a seguir publicando libros.
La historia se puede extender mucho a partir de este punto, pero lo que quiero decir en verdad es lo siguiente: No tenía puta idea de cuánto me iba a tomar mover, vender y dar a conocer esos 500 ejemplares que publiqué de mi primer libro. Hoy por la mañana, mientras hacía inventario para ver los libros que me voy a llevar a mi siguiente presentación me di cuenta que me quedaban escasos cuatro ejemplares de este que fue mi primer libro. La noticia me llegó de sorpresa, pues al verlo y venderlo por tanto tiempo uno se olvida que el tiraje es en realidad muy limitado. Lo que hice hace diez años fue parte de un movimiento interesante que ahora ha tomado el nombre de authorpreneurship, y ha cambiado el panorama de la escena editorial mundialmente por completo. Así como yo, existen muchos otros que han hecho el escribir, editar y promover sus propios libros algo más que solo un hobby. Ahora estoy en el otro espectro de este viaje, ya no como escritor sino como un editor que busca publicarle libros a jóvenes artistas y joyas desconocidas. De todo lo malo y tonto que hice en esos primeros 17 años de mi vida lo único de lo que no me puedo arrepentir es de haber publicado mi propio libro.

El libro aún lo pueden conseguir en algunas librerías, pero por mi parte ha sido todo. Esperen su versión digitalizada que prometo hacer en este año.

J.P.

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