Historia espontánea.



Cuando despertaba se dio cuenta que el sol estaba siendo obstruido. Gruesas nubes grises levitaban por encima del bosque, era invierno en el país vasco.  Sin embargo, sus ropas estaban sudadas y y se había destapado las piernas por la noche, mientras soñaba. Sus ojos volvieron a cerrarse al no ver la iluminación que acostumbraban, pero su cerebro razonó las posibilidades y comenzó a buscar el celular en el buró de cama para asegurarse de la hora. Tenía que meterse a bañar, desayunar y tomar un camión que la llevara al centro de Bilbao, viajaba un mínimo de 4 horas entre ida y vuelta, pero había conseguido el mejor trabajo de los que se le ofrecieron. Apenas era su primer día, siendo que antes solo se dedicaba a cuidar su cabaña, vivir de sus ahorros y de los de su familia, pero algo, o más bien alguien la había motivado a prescindir de estas comodidades y buscar un trabajo. Su primer instinto fue despojarse de sus pijamas que se pegaban a su piel por la humedad. En dos movimientos quedó completamente desnuda, y sus poros recibieron el aire fresco como las flores el polen. Se sintió mejor sin el bochorno y la asfixia de las colchas, y estiró su cuerpo lentamente, haciendo los ejercicios de respiración que había aprendido en sus clases de yoga. Ya no asistía, pero eso no la detuvo para practicarlo en su casa de vez en cuando. De su piel blanca se evaporó todo rastro de calor, aunque sólo en la superficie, pues ella seguía sintiendo un incendio dormido en su interior, como el de las brasas debajo de las hojas secas. Prendió la radio y escuchó el noticiero de su preferencia. Al parecer había habido una helada y un camión se volcó culpa del aguanieve en la carretera hacia Bilbao. "Por el momento la carretera está bloqueada y no hay forma de llegar a la capital", comunicaba una reportera con un poco de interferencia. A ella esto no le mejoraba para nada el día. Cierto era que estas cosas llegaban a pasar y en dado caso de no asistir a las oficinas podía trabajar desde casa, pero ese día se tenía que presentar con el jefe para explicarle de sus proyectos en mano, y no había cómo avisarle de su demora directamente. Meditó las opciones a tomar mientras bajaba al primer piso de la cabaña a tomar un vaso de agua. Llenó el vaso de vidrio y lo bebió como bebería un camello antes de cruzar el desierto, y no le fue suficiente. Lleno nuevamente el vaso, y mientras buscaba hielos en el frigorífico. Podría marcarles y decirles la urgencia del proyecto, reiterando que una cita debía ser necesaria, aunque esta fuera virtual. La cosa es que el hogar estaba desarreglado, por decirlo de una manera. Tenía que limpiarlo maniáticamente si es que llevaría su idea a cabo, y lo hizo a la voz de ya. El viento soplaba con frescura, pero su aliento no le beneficiaba. ¿qué tal sí fuera despedida? ¿Si se tuviera que preocupar por cómo pagar el derecho a vivienda que había llegado en el correo antier? La persona con la que antes compartía techo le había dicho cientos de veces que él se podía encargar de los gastos, pero es una cosa de orgullo, decía. Su frente se incendió más con estas retóricas y era obvio que tenía fiebre. Su cuerpo deambulaba en la cocina en busca de una solución pautando con ocasiones metidas de cabeza al frigorífico. Sólo había otras dos ocasiones que ella recordará donde el frío de su sudor le besara la frente. Fue en aquel invierno del 97' , aquel en el que persiguiendo un conejo blanco en la nieve, acechándolo con sigilo pero no tanto como el de una manada de lobos. La bestia le había echado ojo a los saltos del conejo pero al percatarse de que había una presa más grande decidió llamar a toda la manada. Estaba acorralada aún sin saberlo, y fue la respiración de esos peludos animales lo que la desconcertó en esa calmada tierra parecida al purgatorio. Fueron los disparos de su madre quienes ahuyentaron a los lobos, una de esas balas lastimando la pata del primer cazador. Su madre la encontró pálida y con escalofríos, y la colocó junto a la hoguera para recibir el calor de los castañeantes leños. Ella miraba esa misma hoguera que ahora estaba apagada y aún le produce calor. Su frente húmeda le hace entender que no más ella es caperuza contra el lobo, ahora ella es el lobo y el rojo su color, su apariencia. La tez profundamente carmesí, los labios como labios del vesubio, del color del acero ardiente, toma el picaporte y lo entibia al contacto. ¿Has escuchado de "pueblo chico, infierno grande"? El pueblo que estaba a los pies de su cabaña tenía una pequeña sociedad consumida por sus preocupaciones de familia y su coraje disfrazado de mal patriotismo al no querer vender sus artículos en el país de junto donde se les pagaría más por el mismo trabajo. Ella trató de involucrarse en la política del pueblo pero el gobernador le dijo con la mano en la cintura (específicamente en sus pantalones entallados a pedido en la ciudad capital) que no le importaba lo que los leñadores y pastores de las afueras necesitaran. Y que si continuaba argumentando sobre el tema no habría cosa más fácil para él que mandarla a matar en medio de las montañas. El año pasado alguien había muerto en el pueblo por una discusión que terminó con un balazo en la mano del atracante y un machete entre ceja y ceja en la cabeza de la víctima. Apretándose la herida en busca de la casa de curaciones que estaba en el siguiente pueblo, el atracante huyó para ser después encontrado por las autoridades escondido en casa de su suegra. Al llevarlo con el ministro no fue juzgado ya que había falta de evidencia y el único testigo se estaba jugando la vida en el hospital. El sujeto fue liberado y el caso nunca resuelto. Ese destino es al que ella se afrentaba o al menos esa era la amenaza, por lo que decidió retroceder y conservar su silencio del que, como diría Shakespeare, uno es rey. 
La primera vez que había visitado ese bosque fue la primera vez que bebió agua. Había bebido anteriormente, ese líquido bajo en sodio, esa sustancia acuosa que guardan las botellas de pet, esos vasos rellenos de lo que sale del grifo. Pero nunca en su vida había bebido agua, que caída del cielo era filtrada por piedras y corría en arroyo prístino cuesta abajo. El prana era puro, la madre naturaleza estaba en cada sorbo, como un beso en ayunas, refrescando ánimo y espíritu, era adicta antes de siquiera saber que tal cosa existía. "¿Cómo voy a saber que tengo sed, si nunca he bebido agua?" se preguntó aquel día en el que siendo niña aún no sabía que se quedaría allí a vivir.
Tuvo que salir, supo que su única salvación sería comer la nieve que caía descendiendo en un baile sincronizado. Cada copo de nieve es diferente y único, sin embargo todos hacen lo mismo, todos nacen igual, se ven amenazados por las mismas condiciones y al final caen al suelo, diluyendo su camino al siguiente paso de la vida. Ella se había preguntado si todo eso era una metáfora de la gente en la ciudad o si solo justificaba poéticamente su vida en defensa al evidente alcoholismo que padecía. Todos en el pueblo sabían de sus compras los fines de semana en donde abastecía la cava de la cabaña. Una de ron y una de vino eran canasta básica, lo que variaba era la cerveza, el jerez o la cajetilla de cigarros. Aunque su lengua le pedía el dulce alcohol más seguido que el agua ahora le exigía eso y más, y ella se fue de boca por un gran bocado de nieve recién aterrizando. El choque térmico fue tal con su cuerpo que hubo una pequeña evaporación en su garganta, la hizo ahogarse y pasar mal el trago. Se dio por vencida. El fuego le consumía, y pronto iba a consumirlo todo. La casa se incendiaría y todo eso se transformaría en cenizas, tan irreconocibles a simple vista como un copo de nieve del otro. Ella pensaba que pronto esto iba a terminar y que este evento sería succionado por el infinito y no habría una historia que contar cuando el cosmos se evolucionara y nos dejara en el tiempo espacio. Se posicionó en flor de loto y trató de disminuir su dolor a través de ejercicios de respiración. El ardor de la boca del estómago pasó a sentirse como carne siendo quemada y al exhalar un vaho de humo supo que así era. Un breve pensamiento de incredulidad antes de saber si esto estaba o no pasando le hizo recordar el nombre de a quien le había fallado, con el que había estado la vez que visitó un temazcal en la sierra de Oaxaca, con el que saludó las constelaciones y cenó bajo el manto estelar más majestuoso que a la fecha había contemplado. Era tal que a la hora de ir por la leche vieron la vía láctea por encima de ellos. Y se tomaron de las manos, y estaban enamorados, y unas familias de hongos habían bendecido su amor, y en esos tiempos viajaban pensando que serían eternos, pero la cárcel llevo a su amado lejos, y ella se quedaría esperando el regreso. Su estómago implotó y el fuego se hizo presente, su cabeza aún seguía viva pero el dolor ya no existía. Su sistema nervioso estaba chamuscado. Sus interiores se esparcían por el suelo. Retazos de ella estaban regados por la entrada de su porche, y las llamas se avivaban con la delgada capa de grasa de su cuerpo. De un momento a otro era una antorcha, una fogata, el fuego pasó de interior a exterior consumiendo todo en su camino. Los del pueblo nunca iban a visitarla, pero alarmados por la cantidad de humo, ese día fueron a visitar su cabaña varias personas que alguna vez había llamado familia.

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