Frente frío.

Entonces se le acercó la Güera, sería como nunca la había visto antes. Cógeme, le dijo, cógeme como nunca te has cogido a nadie. Al instante pensó en que sí, se lo iba a cumplir sin mayor reparo porque él nunca había cogido antes. No había forma de engañarla en esta petición, ni siquiera forma de evadirla. ¿Asombroso no? Tenía treinta años de edad. Treinta años cargando con su virginidad. A pesar de ello, no le molestaba. En realidad no era algo en lo que pensara muy seguido. Antes sí. Antes, cuando iba en la escuela si tenía muchas broncas con ello. En la preparatoria más que nada fue donde le pesaba más, porque todos sus amigos empezaban a coger y él no sabía ni masturbarse bien. Ni siquiera eso, en serio, se terminaba por lastimar, quién sabe cómo le hacía para jalársela mal, sólo él lograba tal cosa. Y sus amigos siempre llegaban y le contaban sus hazañas del viernes. Que me tuve que salir a escondidas de su casa, que nos fuimos a la última función del cine y hasta atrás, ahí en lo oscurito. Le contaban cosas que se le antojaban mucho, que le daban envidia. Hubiera dado su vida en ese momento porque alguien llegara como justo ahora y le dijera eso. Cógeme. Llegó trece años después la mujer que tanto había esperado. Y en la espera, se le olvidó por completo. Ya pasando a la universidad casi nadie habla de ello, o lo dan por sentado. No es que no haya tenido novias, sí las tuvo. Pero no le duraron casi nada. O resultaron ser bien mochas. Una vez pensó que ya lo iba a lograr con Teresa. Teresa fue la novia que más le duro, casi cumplieron el año. Se conocieron ahí en la universidad, ella estudiaba en la facultad de enfrente. Se enamoraron tan rápido que ya para cuando volteó a verla por segunda vez se estaban agarrando de la mano y eran novios. Eran bien felices, casi que de película. Nunca discutían ni nada. Los padres de ambos se querían y les tenían confianza y les deseaban lo mejor a la pareja. Tanta confianza les tenían que cuando les dijeron a sus padres que querían ir a la playa en vacaciones de verano, hasta el carro les prestaron. Todo iba de maravilla, el viaje y todo estuvo de recuerdo. El hotel ni se diga, cinco estrellas y con playa privada. Después de dejar sus maletas se fueron a comer camarones al ajo en el restaurante que les recomendaron. Luego se fueron a pasear por la ciudad encima de una carroza con globos y todo. Para cuando llegó la noche, con sus dos o tres copas encima se subieron sonrientes a la habitación y empezaron a besarse. Todo el pudor y decencia de la ciudad en la playa se lo llevan las olas. Habrá sido la luna o vayan ustedes a saber, pero se convirtió en un lobo. Ella rápido sacó la correa y lo detuvo en el vuelo. Sabes que, lo he pensando seriamente y quisiera guardar mi virginidad hasta el matrimonio. Ahí se acabaron las vacaciones. Todas las vacaciones, porque hasta enamorarse es como estar en un viaje. Pues hasta eso se murió. Siguieron en la playa pasándosela bien y todo, pero cuando llegaba la noche, ya por ahí de las ocho o nueve de la noche, él empezaba a beber como desquiciado. Tomaba para noquearse, para irse directo a la cama sin pensar en otras cosas, y con otras cosas me refiero a coger. Y justo antes de empezar a beber, se lanzaba al mar y nadaba como loco. Se iba nadando hasta donde estaba la boya y de regreso. Al menos diez vueltas por noche. Ya cansado y bebido llegaba a la cama y azotaba como costal. Cógeme. Tan poquitas letras, y aun así si eso se lo hubiera dicho Teresa esa primera noche en la playa se hubieran hasta casado, pensaba. No terminaron luego luego de regresar de la playa pero fue el punto donde las cosas empezaron a decaer. Después supo de Teresa que hasta tenía fama de puta, le contaron. Cógeme. Si sólo hubiera sido Teresa. Si hubiera sido Teresa ni le hubiera dicho nada. Sólo lo hubiera hecho, así de fácil. Ni siquiera un “si”, ni siquiera “como no”, sólo lo hubiera hecho, la hubiera tirado al suelo donde quiera que estuviesen y lo hubiera hecho. La Güera no se le antojaba nada. De que estaba guapa, estaba guapa, de eso ni discutirlo. Pero no le gustaba, no le atraía pues. Pero eso no fue simplemente así, ningún hombre se le niega a una mujer guapa nomás por que sí. En realidad le tenía algo de repudio desde la vez que lo dejó plantado. Primero hablaron unas cuantas veces y entre esas pláticas resultó que les gustaba el mismo director y que ninguno de los dos había visto su última película. Quedaron en ir al cine, aunque fue La Güera quien lo propuso. Aún no llegaba y habían pasado cuarenta y tres minutos de la hora citada. Se empezaba a poner nervioso y decidió por tomarse un placebo de excusas para calmarse los nervios. Pensó: De seguro es el tráfico, o su carro no arrancaba y tuvo que tomar el autobús, ó dejo el reloj con el horario de verano y se le olvidó cambiarlo en la noche antes de dormir. En el fondo sabía que realmente no iba a ir. Ni por que esperara ahí todo el mes hubiera llegado. Y como buen placebo, todo era una gran mentira para evitar tener que hablar consigo mismo en el tiempo que la esperaba. Pasando la hora y media de repetirse que su autobús no arrancaba en el tráfico con horario de verano se largó de ahí antes de que me comenzara a repetirse lo pendejo que se sentía una y otra vez. Desde esa vez fue que dejó de interesarse en La Güera. Aunque ella llegó apenadísima días después a explicarle porqué no fue. Fue una excusa tan chafa y tan dicha que si se enteraran ya la estarían aborreciendo. Y no sólo eso, sino que lo dijo muy suelta, muy sin importarle en realidad. Como que se le ocurrió justo en ese momento que ya lo tenía enfrente. No era para nada en serio, no era como esta vez. Cógeme, le dijo, y se lo decía bien en serio. Tan en serio que hasta dudó si era la misma persona o no. Tanta seguridad en una persona no es buena, habría que quitársela.

Así que aceptó por dos razones. Para quitarle la seguridad que había demostrado y también por curiosidad. Porque quería saber que se sentía. De que se trataba todo el alboroto. Una parte de él se decía que de seguro no era tan bueno como lo decían, pero la otra parte decía que sí. Que lo más seguro es que no estén exagerando. Y esa fue la misma parte que le dijo que sí a La Güera. Se encontraba con una mano dentro de su pants del gimnasio cuando se dio cuenta (y por que ella lo sugirió) que ni siquiera se habían besado. Sus lenguas se echaron una lucha greco-romana dentro de sus bocas mientras él se arrastraba con los dedos dentro de su vagina. Aún seguía sin tener una erección, pero ya para estas alturas del partido no se podía rajar. Sólo podía seguir hasta que consiguiera su erección o uno de los dos de verdad se hartara de todo esto. Fue cuando sus dedos cruzaron a escondidas la llanura de su vientre y entraron a la selva de su pubis. Metió dos dedos al mismo tiempo y fue algo forzado por que ella tampoco estaba excitada y se reflejaba en que seguía seca. Él se imaginó que iba a estar mojada, pero nada. Gimió un poco cuando los dedos entraron y siguieron besándose, para esto ella ya había conquistado su par de nalgas apretándolas y acercándose riesgosamente a su ano. Empezaron con todo ese festín de sonidos que sucede cada que uno está fajando. Ya saben, los gemidos, las respiraciones agitadas, los resortes del colchón, etc. Bajaba y subía por todo su cuerpo una y otra vez cual lagartija deteniéndose siempre en sus pezones, pero no pasó nada. Siguieron masturbándose por al menos veinte minutos y nada. Los dos estaban disponibles y más puestos que un calcetín para un poco de sexo casual, pero se dieron cuenta que esa noche o ya estaban muy cansados o de verdad que no se atraían, y por más que intentaran pensar que eran los mismísimos Brad Pitt y Angelina Jolie fornicando en su mansión de Los Ángeles no iba a pasar nada. Bajó el ritmo de sus movimientos casi que de golpe y ella sintió estar liberada de algo que no quería hacer. Hubo un silencio como de tumba. El silencio más seco que les había tocado. Ni aire ni nada, sólo silencio cuando se separaron. Estaba tan oscuro que ya no podía ver nada aunque estuviera frente a sus narices. Con un poco de desaliento se voltearon cada uno al lado de su cama y fingieron dormir rápidamente, pero con tanta oscuridad y silencio estaba seguro que escuchaba los ojos de La Güera pestañear de vez en cuando, así como de seguro ella también escuchaba los suyos.

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